Soles negros by Alfredo Gómez Cerdá

Soles negros by Alfredo Gómez Cerdá

autor:Alfredo Gómez Cerdá [Gómez Cerdá, Alfredo]
La lengua: spa
Format: epub
publicado: 0101-01-01T00:00:00+00:00


Glory se dejó caer sobre uno de los colchones. En un primer momento se tumbó a lo largo, boca arriba. Pensamos que se iba a quedar dormida de inmediato. Luego se sentó y apoyó su espalda sobre la pared.

—Estoy muy cansada —nos dijo.

Quizá lo más correcto en esa situación hubiese sido marcharnos y dejarla tranquila. Pero estaba claro que Rafa no tenía ese propósito, pues se sentó a su lado con intención de seguir hablando. Yo no tuve más remedio que imitarlo. Creo que los tres sentados sobre aquel viejo colchón formábamos un cuadro muy pintoresco.

Por suerte, Glory parecía no haber perdido del todo las ganas de hablar y su castellano, a diferencia de otras, era bueno.

—Mi país es muy bonito —dijo, como si lo primero que quisiera constatar fuera eso—. Pero en mi país hay pobreza. Las familias tienen muchos hijos, más de diez, y no hay trabajo, ni dinero, ni comida para todos. Por eso, muchos jóvenes sueñan con venir a Europa. Yo soñaba con ello desde que era niña y a veces lo comentaba con Jenny. Ella me decía que se vendría conmigo, a pesar de que su familia no era pobre. Hace más de dos años varias chicas nos marchamos del pueblo. Nuestras familias estaban contentas, menos la de Jenny. Antes de salir, Gran Sangor nos preparó para el largo viaje, nos explicó que contraíamos una deuda sagrada con las personas que debían conducirnos hasta Europa y esa deuda debíamos pagarla. Para asegurarse, nos cortó mechones de nuestro cabello, las uñas de nuestros pies y nos hizo un corte en el brazo para derramar un poco de nuestra sangre. Luego, cavó un agujero y enterró los cabellos, las uñas y la sangre. No dejaba de invocar a los espíritus con extraños cantos. Así consiguió que nuestras almas se quedaran prisioneras en el agujero, enterradas junto a los cabellos, las uñas y la sangre. No se liberarán hasta que no paguemos la deuda.

—¿Gran Sangor hizo eso a su propia hija? —preguntó Rafa, que seguía el relato de Glory como lo seguía yo, es decir, embelesado.

—No —respondió Glory—. Él entregó a su hija el dinero para que pudiera pagar a las personas que nos llevarían a Europa y, de este modo, no tener deudas. Pero esas personas sabían que Jenny llevaba el dinero y, en cuanto nos alejamos del pueblo, se lo robaron. Ella se quedó sin nada, como el resto. El viaje hasta llegar a vuestro país fue muy largo, lleno de penas y de sufrimiento. Algunas no pudieron resistirlo y murieron por el cansancio y la falta de comida. Yo no quiero recordar ese viaje. Si lo recuerdo, la tristeza se apodera de mí.

—No lo hagas —le dijo Rafa—. Pero cuéntanos qué hicisteis al llegar a nuestro país.

El gesto de Glory se había ido entristeciendo paulatinamente, sus ojos parecían ausentes, como si el relato les obligase a revivir un pasado que preferían borrar de sus retinas.

—Llegamos una noche a una playa. Saltamos de la barca, que había comenzado a hundirse, y echamos a correr.



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